¿De dónde viene la tradición de cambiar el nombre al papa?
Cada vez que un nuevo papa se elige, también se anuncia el nombre escogido por él para ejercer su pontificado.
Noticias RCN
09:28 p. m.
Uno de los momentos más importantes tras la elección de un nuevo papa es cuando este elige el nombre con el que será conocido por los millones de fieles católicos en el mundo, como el sucesor de San Pedro.
En este caso, el nuevo pontífice deberá ser elegido con 89 votos, antes de ser preguntado por el cardenal por ese nombre que adoptará para ejercer su cargo.
Una tradición de homenajes y legados
Aunque es una tradición milenaria, siempre surge la pregunta de por qué cada nuevo papa debe escoger un nombre diferente al suyo para llevar a cabo su pontificado.
Sobre esto, la explicación se remonta a que cuando los líderes del pueblo de Israel experimentaban un fuerte llamado de Dios para una misión comprometedora, se les cambiaba el nombre.
El fallecido pontífice argentino, Jorge Mario Bergoglio, decidió llamarse Francisco en honor a San Francisco de Asís, conocido por su humildad y cercanía con los pobres.
Los favoritos para ser elegidos como el nuevo papa, según las casas de apuestas
Antes de él, Joseph Ratzinger, conocido como Benedicto XVI, se inspiró en Benedicto XV, un papa pacifista durante la I Guerra Mundial; y en San Benedicto de Nursia, fundador del Monacato Occidental.
Karol Wojtyła fue Juan Pablo II, tal vez uno de los papas más recordador y queridos por los fieles. Él eligió su nombre en homenaje a sus predecesores Juan XXIII y Pablo VI.
Así es como el nuevo papa elige su nombre
La elección del nombre de quien llegue a suceder a Francisco como sumo pontífice, será anunciado por el cardenal que presiden el cónclave, quien antes de eso deberá preguntarle a quién tenga los 89 votos si acepta el nombramiento.
Una vez el cargo sea aceptado por el nuevo papa, este deberá enunciar el nombre que tomará.
Esta tradición ha perdurado desde los tiempos del papa Juan II, en el siglo VI. Nombres como Pío, León y Gregorio se han repetido una y otra vez, como parte de una herencia que cada nuevo pontífice adapta a su tiempo.