Y podría venir el perro… y también los asesinos

Lo cierto es que estamos frente a casos de inisible intolerancia, que nos están destruyendo como seres vivos.


Hernán Estupiñán
mayo 20 de 2025
04:04 p. m.
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El hombre es como la hierba,
sus días florecen como la flor del campo:
cuando el viento pasa
desaparece sin dejar rastro alguno.
(Salmo 103: 15,16)

Ahora que tenemos una ley que favorece a los animales y que aquellos que se empeñan en violarla o sacar ventaja de ella se mueren de la risa porque su cerebro ineficiente no alcanza a comprender la importancia de la convivencia, y aunque algunos de sus dueños tampoco comprendan que esas normas son para proteger a los animales, claro, y también a la comunidad en general, pero jamás para licenciar la irresponsabilidad de los hombres, voy a hablar de dos grandes libros que abordan el tema y nos dejan, no moralejas porque no son fábulas, sino grandes relatos literarios y verdaderas lecciones de vida.

Inicio por el que da título a esta columna. “Y podría venir el perro…”, magnífica nouvelle de Jon Fosse, extraño como todo lo que escribe este autor noruego galardonado con el Nobel en 2023, pero que no por raro deja de ser poético y contundente. Relata un episodio tan cotidiano como cruel que trajo a mi memoria un recuerdo de infancia, pues a Jalisco, el perro de mi casa paterna, lo mató un policía de un tiro, “porque el perro ladraba mucho”; al perro de Fosse, que no tiene nombre en el relato, le ocurre lo mismo, lo asesina un vecino energúmeno que tenía más dinero que el resto de sus vecinos, vale decir de su comunidad, y vaya uno a saber por qué lo hizo ––el escritor no lo cuenta––, pero el dueño del perro, el narrador de la historia, se promete y se obsesiona con un plan para matar al autor del “perricidio”. Desde luego no voy a revelar aquí si consuma el delito, pero sí debo decir que el amo cree firmemente que el asesino del animal merece morir y maquina su coartada desde el momento en que una muchacha que ronda el vecindario le cuenta que vio pasar al energúmeno en su camioneta último modelo y oyó el disparo que acabó con la vida del can. El amo cava una tumba para su mascota, con suficiente dolor y amor como para alimentar la idea de llevar a cabo su macabra intención.

Tampoco es necesario ir tan lejos, si revisamos un par de casos recientes de maltrato animal que han terminado en tragedia en Colombia: en abril pasado un hombre fue capturado en Cali tras asfixiar hasta la muerte a su perro llamado Pongo, y en Girardot, un hombre disparó con un arma de aire comprimido a varios perros que jugaban en la calle y le ocasionó la muerte a uno de ellos, un pinscher miniatura llamado Tenn.

Si bien es cierto que desde el 2016, la ley 1774 reconoce a las mascotas como seres sintientes –ni más faltaba que no fuera así- y sanciona con multas y cárcel el maltrato animal, esto no faculta a sus dueños para no cuidar el comportamiento de los peludos en todos los aspectos, desde recoger el popo hasta controlarlos con su respectiva correa o bozal, si fuese necesario, para evitar desgracias como aquellas tan desoladoras cuando atacan a un niño.

El segundo libro que deberíamos leer para comprender el fenómeno de las especies es un thriller policiaco y de misterio y crítica social en un pueblo aislado. Su autora es Olga Tocarczuk, también nobel de literatura en 2019. Me refiero a “Tras los huesos de los muertos”, que narra un episodio terrible que también derivó en fatalidad humana en una comarca rural de su natal Polonia, donde la gente solo iba a veranear, pero un día aparece muerto un cazador furtivo. La protagonista, una mujer mayor y defensora de los animales, es señalada de una serie de asesinatos. La novela explora temas como la relación entre el hombre y los animales salvajes, la injusticia social y la lucha por la supervivencia en un mundo que se deteriora.

Esta lucha por la supervivencia debemos entenderla como respeto por los espacios para todos y los derechos de todos los seres vivos, incluido el hombre, porque ahora que a los animales se les reconoce su condición de seres sintientes parecen tener más derechos que los humanos. Los parques públicos ya no son lugares donde se pueda salir a caminar o trotar o tomar aire, o donde puedan ir nuestros niños a jugar sino que por cuenta de los amos irresponsables son auténticos muladares. Alguien dijo que ahora en los parques hay más mascotas que niños.

Se hace necesario evitar los extremos: en Colombia hay 3 millones de perros y gatos en situación de calle, según estadísticas reveladas recientemente durante un debate en el Congreso de la República y publicadas por el diario El Colombiano. Pero qué pensar de casos documentados por la prensa mundial como el de Trouble, la perrita maltés que, en 2007, heredó 12 millones de dólares que su dueña, una excéntrica magnate hotelera estadounidense, le dejó de por vida para alimentación y seguridad. O el de Tommaso, el gato callejero al que una viuda italiana de 94 años le dejó 13 millones de dólares en 2011. Ni perros o gaticos tristemente abandonados, pero tampoco perros y gatos herederos de grandes fortunas.

Aquí dejo expresa constancia de que no estoy en contra de las mascotas ni de sus propietarios responsables sino en defensa de la vida. A mí me gustan las mascotas y tengo dos hermosos gatos: Coco y Arena, pero como personas, como sociedad, aún más como comunidad, no podemos permitir que los insensatos y los energúmenos nos arrinconen. O, como dicen en Santander, dígame mano si no da piedra que un vecino le ponga una trompada a otro porque le hace el reclamo de que recoja las heces de su perro en una zona pública o en un área común de un conjunto residencial.

¿Desmedido amor por los animales? No creo, es vergonzosa fanfarronería disfrazada de protección animal. ¿Venganza de los animales que cobran su espacio? Tampoco creo, es cobardía del hombre que se cree más que los demás.

Lo cierto es que estamos frente a casos de inisible intolerancia, que nos están destruyendo como seres vivos, olvidando lo que dice el salmo, que es Dios quien aplica justicia a todo el que sufre violencia y que tal como deberíamos haberlo aprendido en los años recientes de la pandemia del covid, el Creador de todos los seres vivientes, nos mostró que somos brizna en este espacio del gran Universo, a la manera como lo dice el profeta Isaías: “Toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. La hierba se seca, y la flor se marchita, porque el viento del Señor sopló en ella; ciertamente como hierba es el pueblo”.

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