Un tema prohibido: Fracking I
Bastó un mal gobierno, decisiones desacertadas en política pública de hidrocarburos y un ambientalismo radical y populista —que nos está conduciendo a una crisis energética— para obligar a Colombia a reabrir un debate temido: ¿hacer o no fracking?
04:03 p. m.
En esta primera parte, pretendo ofrecer contexto sobre por qué este tema, como muchos otros, se ha convertido en un asunto prácticamente vetado, pero que requiere con urgencia una discusión seria y abierta. En la segunda parte, presentaré argumentos técnicos que justifiquen la implementación del fracking, junto con otras ideas que podrían ayudarnos a evitar lo que parece una inminente crisis, no solo energética, sino también financiera.
La izquierda colombiana, latinoamericana y mundial ha logrado, a través del wokeism o progresismo, imponer una agenda política radical en favor del medio ambiente que, en la práctica, además de ser generalmente irrealizable, se ha transformado en una herramienta de proselitismo y censura política.
Permítanme explicarme. Desde los años sesenta, la izquierda, influenciada por pensadores como Herbert Marcuse, se apropió de ciertas causas que se convirtieron en vehículos discursivos para alcanzar el objetivo final de su lucha política: la deconstrucción de los valores, principios, mitos y cultura de la sociedad occidental, con el fin de imponer un socialismo utópico de alcance global.
Las principales causas cooptadas son: la igualdad de género, la lucha de clases, la justicia racial y, más recientemente, la lucha contra el calentamiento global, que con el tiempo se renombró como la “lucha contra el cambio climático” para adaptarse a las necesidades narrativas.
Estas agendas fueron dominadas por sectores de izquierda mediante una lógica marcusiana agresiva, que consiste en censurar y atacar a cualquiera que se oponga, cuestione o discrepe de las premisas establecidas por una élite ambientalista que, curiosamente, tiende a ser marcadamente marxista.
Un ejemplo concreto: no hay forma más rápida de ser “cancelado” o despedido en la sociedad moderna que cuestionar, aunque sea con evidencia y sentido común, la agenda verde. Esta abarca, entre otras cosas, la Agenda 2030, el objetivo de emisiones netas cero (Net Zero), el auge de las energías “renovables” o incluso a los voceros de estas iniciativas.
Un profesor universitario que se atreva a contradecir las posturas radicales de los ambientalistas modernos, incluso con argumentos sólidos y basados en datos, tiene sus días contados, no solo en su institución, sino en el mundo académico e incluso en su vida personal. Este mismo fenómeno se replica en la política, la prensa, el sector público y el privado. ¿Por qué? La respuesta es sencilla: Marcuse fue un genio. Descubrió que causas como la defensa del medio ambiente o la lucha contra la desigualdad parten de premisas cargadas de nobleza y “buenismo”, lo que hace que oponerse a ellas convierta automáticamente a una persona en un “villano” digno de condena, censura y aislamiento social.
Otro ejemplo para ilustrar esto: ¿quién podría oponerse a erradicar la pobreza o la desigualdad? ¿Quién se opondría a salvar a un cachorro indefenso? ¿Quién se atrevería a no querer salvar el planeta? ¡Nadie! O, al menos, según la lógica de la izquierda, quienes lo hacen son “neoliberales”, “oligarcas”, “nazis”, “conservadores” o cualquier otro calificativo que sirva para silenciar, a como dé lugar, a quien discrepe de su visión del mundo.
El problema radica en que, como ocurre con todo en la vida, aunque estas causas suenen nobles y sus intenciones parezcan loables, no significa que: primero, sean completamente acertadas o veraces; segundo, sean realizables; tercero, sean el mejor camino a seguir; y cuarto, lo más importante, sean incuestionables solo porque un sector obsesionado las considera verdades absolutas.
Parece lógico, ¿verdad? Pues no. El legado de Marcuse y sus seguidores, a través del wokeism, ha logrado que ni siquiera se pueda abrir el debate. Porque, como ya he mencionado, quien se oponga, cuestione o discrepe es etiquetado como “nazi” o algo peor.
Pero, como la realidad es indiferente a las emociones e idolatrías, nos obliga cada vez más a reflexionar como adultos y con cabeza fría, me permito introducir temas centrales de la parte dos de esta columna: lecciones de Europa tras la guerra en Ucrania; la necesidad de suplir la demanda de gas y petróleo en Colombia; El salvavidas que podría representar un cambio de enfoque en la política ambiental y de hidrocarburos que permita costear una transición energética responsable y sanear las finanzas públicas para generar mayor inversión.