Recuperar el Congreso
Un cuerpo legislativo cuyo nivel de ineptitud es tal que logra, incluso, hacer ver grandilocuente al delirante presidente que tenemos.
07:06 a. m.
Hace unos días, en uno de esos ejercicios cotidianos de “antropología ciudadana”, hablé con Don Orlando, el taxista que me llevó a la Feria del Libro. Como suele pasar, la conversación terminó en política, y su comentario fue tan certero como desolador: “El problema de este país es el Congreso; esa gente no legisla para el pueblo, sino para quienes financiaron sus campañas”. Hoy, no puedo más que darle la razón.
El Congreso colombiano atraviesa una de sus etapas más críticas: deslegitimado, mediocre y profundamente desconectado de la ciudadanía. Me atrevo a decir, sin temor a exagerar, que enfrentamos uno de los Congresos más mediocres en décadas, un cuerpo legislativo cuyo nivel de ineptitud es tal que logra, incluso, hacer ver grandilocuente al delirante presidente que tenemos.
Hoy quienes legislan están más preocupados por ser opinadores compulsivos en redes sociales que por estudiar, estructurar y defender proyectos de ley o debates de control político. La política seria ha sido reemplazada por la política de la selfie, el TikTok oportunista y el titular fácil. Ya no importa construir, importa figurar. Y eso le está costando muy caro al país.
El Congreso se ha convertido, además, en el escenario perfecto para el clientelismo, la mermelada y la corrupción de un Gobierno que, mientras predica cambio y moralidad, reparte cuotas y contratos como tanto cuestionaban.
Es justo decir que no todo está perdido. Hay excepciones valiosas: legisladores que trabajan con rigor, seriedad y auténtico sentido público. Pero son tan pocos que, literalmente, se pueden contar con los dedos de las menos… y sobran.
Por eso, es importante no perder de vista que en 2026 no solo se elegirá un nuevo presidente. También renovaremos Senado y Cámara. Y mientras es evidente que Colombia necesita un mejor liderazgo en la Casa de Nariño, recuperar el Congreso será aún más urgente si queremos que el país recupere gobernabilidad, respeto institucional y calidad democrática en el próximo cuatrienio.
Recuperar el Congreso no significa repetir los errores del pasado ni reciclar a quienes ocuparon esas curules sin pena ni gloria. Recuperarlo implica devolverle a los ciudadanos una representación legislativa auténtica, basada en el conocimiento, la preparación y la comprensión real de sus necesidades. No podemos seguir entregando el poder legislativo a delfines, improvisados, negociantes o celebridades del momento.
El Congreso no puede ser un botín ni un escenario de farándula política. El legislativo debe volver a ser —como alguna vez aspiró a serlo— el primer poder de la República, garante de pesos y contrapesos, constructor de consensos y defensor de las libertades ciudadanas. Recuperar el Congreso no será tarea fácil, pero será absolutamente necesario.